Si pensamos en la escena de «Lost» que más curiosidad despertó en nosotros, la mayoría pensaremos en aquella en la que la escotilla se enciende por primera vez en la serie. Quizás, si pensamos en «Los Soprano«, muchos recordarán con intriga y odio a partes iguales su escena final y el famoso pantallazo en negro. O el juicio de Ned Stark que nos dejó con la sensación de que todo podía pasar en «Juego de Tronos«. ¿Qué tienen en común todas estas escenas además de la maquiavélica mente de sus guionistas?
Se nos quedó la misma carita que a John Locke…
Todos comparten un recurso narrativo conocido como cliffhanger, que vendría a significar «colgado de un acantilado». Sucede cuando una imagen, secuencia o frase genera en nosotros un suspense que nos impele a conocer qué pasará después. Y es que, normalmente, los cliffhanger despiertan la curiosidad y avivan el ingenio, ya que imaginamos y lanzamos hipótesis por la continuación de la historia que acaba de dejarnos a medias.
Pero ¿por qué pasa esto? ¿Por qué nos cautiva tanto esa sensación de abordar lo desconocido? ¿Por qué nos atrae el hecho de que nos interrumpan en el momento álgido (al menos en cuanto a narrativa se refiere)? No es que seamos masoquistas ni que los creadores de las series y películas sean magos sin corazón. Bajo esta sensación está el llamado Efecto Zeigarnik, descubierto por la psicóloga Bliuma Zeigarnik.
Básicamente, este efecto revela que las personas tenemos a recordar mejor las tareas que se quedan incompletas mejor que aquellas que ya se completaron. Parece ser que nuestra tendencia natural es terminar aquello que empezamos, siempre y cuando se ajuste a nuestros recursos, preferencias y, además, exista una motivación para alcanzar el objetivo.. Por lo tanto, un «continuará» afianzará más en la memoria que un «érase una vez» e incluso un «¡bien hecho!» Y si no, que se lo digan a Sherezade… Pero ¿para qué nos sirve saber esto, a parte de para soltarlo con una copa de vino en la mano?
Nadie imaginaba que George Clooney usara su arma en esta escena de «Quemar después de leer» ¿Sabes con quién lo hizo?
¿Te has dado cuenta que cada dos o tres párrafos formulo una pregunta y, a continuación, incrusto una imagen? No es casualidad. Es cierto que este post no tiene el mismo atractivo que «The Walking Dead» (quizás sí más que «The Night Manager»…) pero mi intención es dejar en el aire una pregunta para que tú, lector/a, se interese por conocer su respuesta. Y aquí es donde llegamos a «la manteca» de lo que os quiero contar y es que podemos aprovecharnos del Efecto Zeigarnik en procesos educativos.
Pongámonos en situación: eres docente de Ciencias y un día llegas a clase con un huevo, y cuando tus alumnos te dedican la primera mirada de la mañana decides arrojarlo contra el suelo y… ¡sorpresa! El huevo bota como si fuera de goma ¿qué ha pasado? Tus alumnos lo mirarán ojipláticos, te harán preguntas, harán sus propias teorías… no resuelvas el misterio. Deja que la sorpresa, la más proactiva de las emociones, los embargue y les disponga a la investigación y al aprendizaje. Cuando tengas su total atención, puedes hablarles, paso a paso, que se trata de un divertido experimento de Química.
Contemos la Historia dejando a la mitad los acontecimientos más importantes… te puedes encontrar que tu alumnado investiga el final por su cuenta o, al menos, elucubra posibilidades junto a sus compañeros. Las posibilidades son infinitas, la clave está en saber cuándo hacer una pausa… En mi caso, utilizo este efecto en prácticamente cada sesión de mi programa de Juegos de Rol con alumnado con Altas Capacidades Intelectuales, siempre dejo la aventura en un momento clave.. y hay chicos que llevan ya seis años conmigo. Os garantizo que funciona. Eso sí ¡que les motive! Esto no vale si lo que queremos transmitir no les interesa lo más mínimo.
Sin emoción no hay aprendizaje significativo y la sorpresa es una de las más potentes para animar a la actividad ¡viva la curiosidad!